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¡Mira al cielo! ¡Han llegado los vencejos!

 

Ilustraciones: Pierre Dèom

 

Todo sobre los vencejos
en los cuadernos
El Cárabo nº 66 y 67

Este post reproduce textos de la biografía de Félix Rodríguez de la Fuente (Ver: «La estirpe de Los Libres», pp. 104-107) y dibujos y notas de la obra de Pierre Dèom, que dedica dos deliciosos cuadernos El Cárabo al sonajero que arrulló de pequeño al añorado Félix en su cuna, como el mismo nos relata en esta página.

Felisín y los vencejos

Colocamos a continuación extractos del libro de la biografía de Félix Rodríguez de la Fuente intercalados con su voz de, como si fueran «leídos» por el mismo biografíado (en realidad es al revés, nos los dejó grabados), e ilustrados con algunos dibujos de Pierre Dèom de sus cuadernos del Cárabo dedicados al vencejo.

Páginas 43 a 47 de la biografía de Félix Rodríguez de la Fuente:

«Los padres de Félix acomodaron a su bebé el 14 de marzo de 1928 en que nació en una habitación bajo el alero del tejado. Él mismo lo narró, 45 años más tarde:

“Pasaban las bandadas de los rapidísimos y oscuros pájaros lamiendo las paredes de yeso con las vigas al aire de las casas de Poza de la Sal.»

Fueron los vencejos el sonajero que tuvo Felisín hasta su quinto mes de vida. No sabían sus padres que aquellos seres alados estaban troquelando un alma destinada a difundir a los cuatro vientos el mensaje de la existencia. Probablemente detectaran que el que acababa de nacer iba a saber leer el código secreto que encierran.

Las acrobacias de los vuelos rasantes en las calles acompañaron al bebé hasta los últimos días de julio. Sólo años después averiguó el porqué del silencio que se produjo a mitad de verano. Por esas fechas, los vencejos emigran a sus cuarteles de invierno en África. La ausencia de los seres rebosantes de vitalidad, provocaron una añoranza que le acompañaba cada vez que un bando sobrevolaba su cabeza, e invariablemente se preguntaba: ¿De dónde vienen? ¿A dónde van?. Así lo narró:

“Si yo me pusiera a analizar entre las vivencias de mi infancia neolítica, de pueblo agrícola y pastor de la provincia de Burgos, de pueblo colgado de las agrestes laderas que bajan desde el más alto páramo de la Península. En mi infancia feliz, construida sobre historias de lobos, vuelos de águilas, sobre mirar y admirar atónito a las criaturas que constituían mi entorno, uno de los personajes que nunca podré olvidar es el vencejo.»

«Los vencejos, en aquellas casas medievales, viejas, preciosas, maravillosas, que yo pienso que no se cómo se puede permitir que se deterioren, de la villa de Poza de la Sal. En aquellas viejas tejas, en las vetustas fachadas, llenas de oquedades, de resquicios, de rinconeras, se metían los vencejos de manera llamativa cuando con ojos atónitos les contemplaba en mi infancia.»

«Decíamos entonces los niños que ‘había boda’ entre los vencejos, porque aquellos grupos numerosos, chirriantes, como ebrios de luz, de vida, de libertad, levantando su vocerío incalculable, nos recordaban a nosotros a las bodas de mi pueblo, que tampoco eran mancas, donde otra turbamulta, no precisamente ornítica, atravesaba las calles y las plazuelas a los acordes de las bandas de música. Las bodas del vencejo. Cuántos ratos, tendido con el vientre al sol en las eras de mi pueblo coronadas por viejas tejas en las que se metían los vencejos.»

«Yo me olía que los vencejos se traían algo entre alas. Me parecía que aquellos pájaros chirriantes, velocísimos, que se perseguían en el aire y a los que resultaba muy fácil ver, por ejemplo, desde la claraboya de mi casa, que dominaba muchos tejados, debían ser distintos a aquellos otros pájaros de villorrio, de menos alcurnia, como los gorriones, incluso los pinzones y las bonitas lavanderas, que se posaban con frecuencia y movían con relativa torpeza sus cortas alas. No tenían nada que ver con el rápido, raudo, fascinante y velocísimo vuelo de los vencejos, que no se posaban jamás. Que se limitaban a entrar en tromba para colarse bajo las tejas viejas cubiertas de líquenes y de gloria o en las grietas de la muralla de Poza de la Sal.»

«Ya de muy pequeño aprendí que los vencejos cazan moscas y mosquitos, y también pequeños coleópteros voladores. Porque, en ocasiones –llevados por una tendencia casi inevitable en el niño rural español, que seguramente era un eslabón más en una vieja cadena cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos, que es la tendencia depredadora».

En pueblos tan ricos en vida como los de la España rural, en un pueblo donde los niños de la escasa clase media merendábamos pan con mantequilla, azúcar y moscas, esta particularidad de que los vencejos se alimentaran de aquellos molestos insectos, hizo cobrar a estas aves una entidad todavía más importante y sofisticada ante mis ojos infantiles. De alguna manera, trataban de librarnos de las moscas, cosa que ya es decir, y de agradecer, en un pueblo de Castilla.“

Vencejos Arqueros del cielo