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La Náyade, alias mejillón de agua dulce o Madreperla

Este es un resumen del cuaderno El Cárabo número 89, de Julio 2020, dedicado a la Náyade -alias Mejillón de agua dulce o Madreperla de río- es el más excepcional de todos los habitantes de los cursos de trucha y salmón.

NOTA: Puedes solicitar este ejemplar impreso en papel en: https://elcarabo.com/producto/no-89-las-nayades-mejillon-de-rio/

En medio de una minúscula cala de arena, protegida por dos o tres piedras que forman como una muralla a su alrededor, se iza, cual diminuto menhir plantado en el fondo del río.

Comparte hábitat con la Trucha, el Gobio, el Carrasco espinoso, la pequeña Lamprea, el Lobo de río y el Salmón, Se dice con frecuencia que el Salmón y la Trucha son los dos animales que exigen el agua más pura, pero la Náyade es mucho más exigente que ellos. Para que su reproducción tenga éxito es necesario que el río contenga menos de 1,7 miligramos de nitratos por litro; ¡cuatro veces menos que el contenido de algunas aguas minerales que se venden en las tiendas!.

Crece muy lentamente hasta llegar a 12 centímetros de longitud. Ocupa el tercer lugar en el ranking de los animales más longevos del mundo, detrás de la Tortuga de las islas Galápagos y de la Almeja de Islandia. En España, donde los cursos de agua son más cálidos no sobrepasan los treinta o cuarenta años, pero una Náyade encontrada en un río de Rusia había alcanzado los 190 años. Otras Almejas de río y estanques –hay cerca de diez especies diferentes en España–  no suelen alcanzar más de 15 o 20 años.

A finales del verano, sus gloquidios, sus hijos, están dispuestos. Van a poderse lanzar, de un momento a otro, a una aventura absolutamente increíble, inimaginable. Tienen una talla tan reducida que se podrían poner en fila como soldaditos, quince mil en un solo milímetro. Esta miniaturización a ultranza, permite almacenar ¡entre tres y cuatro…millones! Cada gloquidio enfila la corriente, sin poder por supuesto virar, ni a babor ni a estribor, tan a la deriva. De vez en cuando chasca el pico en el vacío. Busca pegarse durante el viaje a una Trucha o a un Salmón. A ningún otra especie de pez; únicamente a uno de estos dos. 

El pequeño cepo del gloquidio se cierra brutalmente en la branquia y allí permanece encadenado como un perrillo pegado a su amo… Ni se le ocurre volver a abrir las fauces. De tal manera que, cuando son invadidas por las gigantescas nubes de gloquidios, las Truchas pueden encontrarse fácilmente con cuatrocientos o quinientos pasajeros clandestinos agarrados a sus branquias. Para el gloquidio, no es lo mismo. Sus posibilidades de cruzarse en el camino con una Trucha o un Salmón (en los pocos ríos donde este pez aún existe) son casi de cero… ¡Un solo náufrago de cada 250.000 logra agarrarse a esta cuerda!

En la cabina de a bordo, el gloquidio se metamorfosea al cabo de las semanas; cambiándose por una minúscula Almeja, equipada esta vez con un pequeño pie, embriones de branquias, una doble concha y dos sólidos resortes para mantener su cofre miniatura bien cerrado con llave. Incluso logra ahorrar unas pocas reservas en forma de gránulos. Una especie de aperitivos para poder afrontar las primeras semanas de su nueva vida, que podrían ser abominablemente duras para ella. Son los últimos días, el tiempo apura, ahora hay que salir ¡Y deprisita! Girando sobre su pie y forjándose un camino con la concha, pasa a través del tejado de su camerino, dice adiós a la Trucha… ¡Y bum!… Otra vez se encuentra en medio de las aguas del río… Por segunda vez en su vida, la corriente le arrastra como a una brizna. 

Es necesario que se pose sobre un fondo de arena o de grava bien limpia, de manera que pueda escapar de sus enemigos huyendo rápidamente bajo las piedrecillas fluviales. Bajo la grava, debe circular permanentemente agua pura y perfectamente oxigenada, sin cuyo requisito la Náyade no podría respirar. Para alimentarse se las arreglará; durante más de un año, hasta que su aparato de filtración esté totalmente terminado, limpiando los granos de arena y las piedrecillas de su alrededor, sirviéndose del borde de su pie, recuperando gracias a él bacterias, algas microscópicas y todo tipo de minúsculos desechos de las plantas. No olvides que mide solo medio milímetro. 

Antaño, todos los buenos rincones del río estaban llenos de Náyades. Mis comadres eran tan numerosas que había zonas enteras empedradas con sus bonitas conchas negras. En algunos meandros, se podían llegar a contar decenas de miles… ¡hasta mil por metro cuadrado!  Apretadas unas contra otras, incapaces de moverse ni un milímetro, a veces incluso unas encima de las otras. Te hablo de la época en que las Almejas perlíferas eran prodigiosamente numerosas en Europa. Pero, desde entonces han desaparecido prácticamente. Actualmente para ver tamaño espectáculo hay que irse a Rusia, a Carelia, a la isla de Kola donde en un solo río, el Varzuga, se han censado más de cien millones de Almejas perlíferas.

Una sola Almeja filtra hasta 50 litros de agua al día; así que ya te puedes imaginar cuántos millones de litros podían ser purificados cada año por estos ejércitos de microestaciones de depuración, apretadas como sardinas unas. Allí donde viven las Almejas  perlíferas, la visibilidad bajo el agua puede llegar a ser de hasta doce metros –en lugar de cincuenta centímetros que es lo habitual en zonas donde nadie se encarga de eliminar las impurezas–. Y esta transparencia es un regalo  maravilloso para las Truchas y el Salmón. Una simple colonia de Náyades de un metro cuadrado (500 Almejas) purifican 25.000 litros de agua. El contenido de un camión cisterna cada día.

Durante mucho tiempo, los Humanos no se hayan interesado por ellas, excepto claro está durante épocas de hambruna. Sí, la verdad, todos los hados del planeta estaban a favor de las Almejas  perlíferas … Pero luego, hete aquí que tras 600.000 siglos de fabulosa prosperidad, todas las Almejas  perlíferas que tapizaban el fondo de los ríos empezaron a desaparecer en un periquete. ¿Qué pasó?

Nuestras primeras desgracias acontecieron por culpa de un granito de arena… Este cuerpo extraño enrollar progresivamente al cuerpo extraño bajo unas capas muy finas, concéntricas, de nácar: una capa por año. Al principio, no es mucho mayor que la cabeza de un alfiler. Pero, al cabo de veinte o treinta años acaba por alcanzar el tamaño de un hueso de cereza o de un guisante, e incluso, excepcionalmente, al parecer, el de una pequeña avellana. Una bolita brillante, anacarada, con soberbios reflejos irisados, a veces más o menos translúcida: ¡Es….una perla! De ahí el nombre científico Margaritifera Margaritifera, que quiere decir: “fabricante de perlas”. 

En cuanto los Humanos comprendieron que nuestro pequeño cofre era susceptible de contener un tesoro, se pusieron a buscar por todas partes las Almejas perlíferas y a abrirlas sistemáticamente, en todos los ríos. Miles y pronto millones de pobrecitos animales fueron arrancados del fondo del río donde estaban tan tranquilos haciendo su trabajo y fueron abiertos violentamente por ladrones ávidos de robar las preciosas joyas. Muy pocas Almejas contienen perlas. A la espera de tropezar con una bella perla, había que tomarse la molestia de abrir entre mil y tres mil Náyades, un trabajo de esclavos, efectuado por lo general en aguas glaciales.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                          El número de Almejas perlíferas empezó a caer de forma cada vez más alarmante. En algunos países, su recolección fue reglamentada un poco; se instituyeron periodos de veda de la pesca y se obligó a utilizar una herramienta especial para entreabrirlas con precaución de no matarlas… y así poderlas devolver

Nuestra Náyade gusta de vivir en las aguas más pobres en caliza. Y sin embargo, logra la hazaña de fabricar una concha espesa y pesada que le permite resistir la fuerza de las corrientes y los golpes de las guijarros. Su secreto: la paciencia. Día tras día, como un viejo avariento, recupera el calcio en cantidades infinitesimales, en los desechos de las plantas (sobre todo las gramíneas) caídas en el río y que llegan hasta ella. El resultado es que al cabo de unos diez o más años, los arroyos se convierten en ríos y acaba por ser propietaria de un pabellón de piedra sólida, que mide a veces 13 centímetros de largo por 7 de ancho y que pesa unos 180 gramos.

En España los científicos llevan años alertando de su alarmante disminución y de que no hay reclutamiento de juveniles. Tiene la categoría de “En peligro”, según el Libro Rojo de los invertebrados Españoles: http://www.fauna-iberica.mncn.csic.es/CV/rafa_PDF_3/M_margaritifera.pdf

La construcción de presas en los ríos. El resultado fue que los peces migradores, de vuelta de su gran viaje en el Océano Atlántico, se encontraron bloqueados; les era imposible franquear los obstáculos y remontar hasta su arroyo natal. De golpe, las Almejas, quedaron sin Salmones para transportar a las gloquidias. Y donde no era el salmón era el esrturión, otro pez que ha corrido aún peor suerte .

El molusco M. auricularia) confiaba sus gloquidios solo al Esturión. No había previsto un reemplazo, lo que provocó que, cuando el Esturión desapareció  ¡Tú mismo podrás adivinar por culpa de quién!) esta Náyade o Almeja gigante casi desapareció también (1). 

Las Trucha común, gracias a Dios, todavía sobrevive en algunos ríos, pero se lo están poniendo tan difícil que su número disminuye en todas partes. 

Las arco iris, importadas de América en cuanto uno de los gloquidios tiene la desgracia de colgarse de sus branquias, el pobre es eliminado en un periquete.

Los Salmones, a pesar de ser campeones en franquear saltos de agua de cerca de tres metros, encuentran un gran número de barreras construidas por el Hombre que les impide remontar hasta sus arroyos natales para realizar la puesta. ¡Lo cual es una catástrofe para ellos! ¡Y una losa para las Almejas de río!

Desde mediados del siglo XIX, el envenenamiento pernicioso del planeta es el que ha hecho desaparecer la mayoría de las Almejas perlíferas que lograron escapar de la masacre de los pescadores de perlas. 

Las Almejas permanecen cinco años bajo las arenas para crecer antes de subir a la superficie. Los vertidos generados por los humanos acaban por depositarse en las graveras y taponan los intersticios entre las piedras. El agua deja de circular; todas las jóvenes Almejas mueren asfixiadas y desaparecen. No es sólo una catástrofe para las Almejas, sino también para las Truchas. Las pobres tienen cada vez más dificultad para reproducirse ya que necesitan también zonas de gravera limpias y oxigenadas para poner sus huevos. 

Cada vez que bajan a beber las vacas al río, levantan gran cantidad de barro que se deposita en las playitas de guijarros donde se esconden las jóvenes Almejas perlíferas y los bebés Trucha.

Miles de publicaciones científicas estudian desesperadamente la manera de detener su desaparición. Sin lograrlo, por ahora.. Ya que la única medida válida es proteger cada curso de agua, desde su nacimiento hasta la desembocadura, con todos sus afluentes, para devolverle el estado de limpieza y claridad que tenían ante de la revolución industrial y la generalización de la agricultura y la ganadería . Los humanos –aunque no se lo crean–  acabarán tarde o temprano por morir envenenados por la contaminación, de seguir persistiendo en la forma de actuar.

Margaritifera auricularia está incluida en el Catálogo Español de Especies Amenazadas (Real Decreto 139/2011, de 4 de febrero) con la categoría de “en peligro de extinción”. Cuenta con una Estrategia nacional de conservación y planes de recuperación en varias comunidades autónomas. Su población es de unos pocos individuos en la cuenca del Ebro, (Canal Imperial de Aragón y Canal de Tauste, en Aragón y Navarra). En el río Ebro es escasa y de difícil seguimiento.

Sobre margaritifera margaritifera: http://www.fauna-iberica.mncn.csic.es/CV/rafa_PDF_3/M_margaritifera.pdf

Puedes solicitar El Cárabo número 89, de Julio 2020,
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https://elcarabo.com/producto/no-89-las-nayades-mejillon-de-rio/