Medio siglo divulgando la naturaleza
Pierre Déom es un hombre libre, integrado en la vida silvestre que le rodea. Su secreto: mantener la fascinación al descubrir y captar las maravillas de la naturaleza con la capacidad de asombro de un niño, renovándolo cada día, como si fuera la primera vez. Mantiene la humildad y el estado de gracia que da no perder la inocencia.
Se escapó a la naturaleza hace 50 años. No ha vuelto a salir de ella, ni física ni mentalmente. Este explorador lleva medio siglo viviendo las aventuras más apasionantes e insólitas que imaginar se pueda, huido de la civilización, concentrado en descubrir la vida silvestre.
Desde 1972 se dedica a comunicar a los demás las maravillas de la fauna y la flora que el común de los humanos nunca hemos visto, ni veremos la mayoría, a no ser que sigamos su obra. No, no por ser difícil y costoso llegar hasta donde él viaja. Qué va. En absoluto. No nos pone los dientes largos, retransmitiendo historias espectaculares desde el Serengueti, el Amazonas, las Galápagos, Yellowstone o el Okavango. Este naturalista, es un explorador, al nivel de los más legendarios, viajero empedernido, pero de distancias cortas, en varios planos a la vez. Viaja por el mundo interior, el propio del ensimismado en lo invisible. Pero viaja, sobre todo, por el mundo del conocimiento, el de las publicaciones y las separatas científicas, desvelando y traduciendo a lenguaje ameno los últimos descubrimientos, sintetizando datos obtenidos en pacientes observaciones y experimentos por científicos que dedican toda su vida a investigar una especie o un proceso ecológico. Finalmente, también recorre físicamente el territorio que le rodea, a golpe de bota, pateando el campo hasta donde llega andando, más por oxigenar la mente –asegura él– y disfrutar cada día del aire fresco de la mañana, antes de sentarse a leer y dibujar pacientemente cada uno de los temas que divulga. Veinte metros de un viejo tronco seco caído en el bosque, pueden suponerle “un recorrido de varios meses” tanto de lectura de todo lo que se haya investigado sobre sus misterios como también de observarlo y disfrutarlo minuciosamente con su lupa.
No necesita, pues, hacer periplos de miles de kilómetros para ser un explorador. Sus distancias se miden en metros, cuando no en centímetros. Secretos de mundos insospechados que pululan también a nuestro alrededor. Su paraíso, el refugio secreto que ha encontrado, lo tienes al lado, delante de tí, pero no lo ves. Pierre Déom te lo descubre. Lo describe desde su región natal en el norte de Francia. Narra las más apasionantes escenas e historias de la vida salvaje, una naturaleza que la común a muchos otros lugares del resto de Europa. Secretos de la historia natural que los mortales ignoramos por falta de conocimiento. Con esos ingredientes compone, desde hace 50 años, los cuadernos de la revista francesa La Hulotte, El Cárabo en su versión en castellano.
Su fórmula es sencilla y barata. Puedes, tú también, aplicarla en cualquier profesión que permita teletrabajar. Consiste en irse a vivir al campo y desde allí abordar tareas intelectuales que se puedan enviar por Internet, al tiempo que se disfruta de un ventanal que de a un prado, bordeado de un bosque, una charca, un terraplén de arena, posaderos de aves, flores para insectos, madrigueras para murciélagos, erizos, lirones, conejos y demás universo en el que adentrarse cada amanecer, a escuchar el latido de la Tierra, a través de sus seres vivos. Una propuesta que los seguidores de la versión española de La Hulotte saben que los editores de El Cárabo impulsamos desde hace tiempo, de momento con escaso éxito, para poder ofrecérsela a todos los amantes de la naturaleza que sueñen con ese modo de vida, en pleno campo.
Déom estudió para maestro en Charleville–Mézieres, al norte de Francia. Por esa época empezó a interesarse por la naturaleza. Le deslumbró el lenguaje ameno y riguroso de la obra ornitológica del suizo Paul Geroudet. También le reveló un mundo insospechado la lectura de la novela “Raboliot”, que narra la vida de un furtivo, gran conocedor del bosque, perseguido por la ley por su espíritu libre e indómito. En aquellos años de la década de 1970, el movimiento ecologista estaba en plena lucha antinuclear. Con un grupo de amigos intentó movilizar a su entorno ante los atentados ecológicos. “Fue como predicar en el desierto”, comentaría más tarde, en una entrevista en 2018.
Destinado a la escuela de Rubécourt, en las Ardenas, la vida de Pierre cambió cuando se le ocurrió hacer unos dibujos con textos llenos de humor para transmitir al alumnado el interés por conocer y proteger la naturaleza. Las imprentas de la época solo reproducían con cierta calidad los dibujos hechos a plumilla. Ese detalle le hizo decantarse por esa técnica artística, estableciendo el estilo de su revista, La Hulotte, el Cárabo en español y que ha mantenido siempre como un sello característico de su obra.
Aquellos folios grapados cautivaron a alumnos y profesores, tanto que, al llegar al quinto cuaderno, y verse enviando a mano tacos de fotocopias a 700 personas que se las solicitaban, optó por hacer una tirada profesional en imprenta. Había nacido “la revista más leída de las madrigueras”.
Cada ejemplar empezó a superar al anterior. Eso sucede desde 1972. La Hulotte reveló un artista genial, un comunicador único, capaz de crear personajes, escenarios e historietas divertidas para transmitir los densos y rigurosos datos de la literatura científica que divulga con su obra.
Tomó una decisión, aparentemente arriesgada, pero sabia. La vida solo se vive una vez y cada cual debe cumplir en ella sus sueños, si los tiene. Solicitó una excedencia y alquiló el edificio de la vieja casa forestal de la diminuta aldea de Boult-aux-Bois. Un lugar rodeado de bosques de robles, hayas y abetos, salpicados de arroyos, prados y charcas donde producir su obra lejos del bullicio urbano. Cambió las aulas de la ciudad por el campo, en un pueblo de poco más de cien vecinos. Allí vive, desde hace casi medio siglo, como un ermitaño rodeado de lo libre, trabajando en escudriñar y sintetizar el conocimiento científico de los pequeños acontecimientos cotidianos que nos brinda la naturaleza y reflejarlos en sus maravillosos cuadernos de campo.
Los seis o más meses que sus 140.000 suscriptores –lo que supone más de medio millón de lectores– esperan a que Déom acabe y envíe cada uno de sus nuevos trabajos de divulgación sobre una nueva especie animal o vegetal, se hacen largos. Pero a sus sufridos seguidores no les queda más remedio. Mil horas necesita como mínimo este dibujante y escritor naturalista para confeccionar uno de sus cuadernos.
Cada número es una obra maestra. Unas 300 horas de media le lleva documentarse, leyendo separatas y trabajos científicos. Cuando se le ocurre un nuevo tema, se pone en marcha un proceso de búsqueda por el cual llegan a sus manos decenas de libros, separatas de artículos de revistas técnicas, fotos y películas, que tratan del animal o planta protagonista de una de sus próximas monografías divulgativas. Con 140.000 suscriptores, Déom se permite el lujo de tener un documentalista trabajando para él. Rastrean la bibliografía. Lo que parecen inofensivos cuadernillos son, sin darse cuenta la mayoría de los lectores, profundas revisiones del conocimiento existente sobre las especies que tratan.
El rigor científico de la información que divulga lleva a muchos investigadores de la naturaleza a leer La Hulotte en francés, o su versión en castellano El Cárabo, como una revista especializada más. En España, ecólogos y zoólogos afamados, como Fernando González Bernáldez, Miguel Angel García Dory, Joaquín Araujo, Jesús Garzón o Joan Mayol, por poner algunos ejemplos de eminentes naturalistas, eran o siguen siendo furibundos lectores de estos cuadernos. De Francia, cabe destacar la carta, de los primeros tiempos de La Hulotte, escrita por el eminente Jean Dorst, afirmando que de la eterna torre sobre su mesa de revistas científicas y de divulgación, que como director del Museo de Ciencias Naturales de París debía procesar, la primera que leía era La Hulotte.
Dibuja y escribe traduciendo a un lenguaje sencillo y ameno lo que los investigan los científicos. Intenta desvelar los secretos de las cosas más nimias de la naturaleza que nos rodean. A las mil horas de trabajo por cuaderno, hay que sumar las 200 que pasa como mínimo merodeando detrás de los animales o plantas que describe cuando coincide que los tiene cerca, en un intento de ver y disfrutar en el campo los temas en los que está trabajando. Pasea y observa al amanecer muchos de los temas que aborda, para luego dibujar a plumilla, con paciencia de amanuense y perfección científica, los más nimios detalles. Solo aborda especies que le enamoren y atraigan su curiosidad insaciable. Las setas, las aves de los caminos, las abejas, lo robles y las hayas, los alisos y el muérdago, el halcón peregrino, los zorros, los mustélidos, los erizos y los murciélagos, los roedores y los picapinos, el martín pescador, las arañas y las mariposas, los cardos, los linces… más de quinientas especies de plantas y animales han desvelado ya sus misterios en estas monografías.