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La comunicación de los insectos sociales

“Ya os imagináis que si logro dar órdenes a las obreras sin dirigirles la palabra…es que tengo un secreto. No os extrañó el otro día ver cómo súbitamente me rodeaban con veneración y casi me adoraban como si me hubiera convertido en el Dios Sol personificado?

¿Acaso no os preguntáis, cómo logro, de un día para otro, y con un simple chasquido de dedos, que empiecen a hacer celdas mayores?

Por supuesto que tengo un secreto. Pero con vuestro permiso me lo voy a reservar. Los especialistas ya han descubierto que emito unas feromonas, es decir una especie de producto químico que influye en las decisiones de mis obreras. Pero tengo otras cartas en mi bolsillo –y francamente buenas– os lo aseguro. Ahora, si los científicos se creen que voy a desvelar aquí todo y que les bastará con comprarse la revista El Cárabo para hacerse sin esfuerzo con todas las explicaciones de los pequeños misterios de mi vida… ¡están listos! ¡Qué trabajan un poco, esos vagos! Con tiempo y mucha paciencia, estoy segura de que acabarán por comprender –tarde o… temprano– bastantes cosas.”

(“El diario de la Reina de los Avispones», publicado por entregas en la revista El Cárabo 83, de enero de 2018).

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¡Mira al cielo! ¡Han llegado los vencejos!

 

Ilustraciones: Pierre Dèom

 

Todo sobre los vencejos
en los cuadernos
El Cárabo nº 66 y 67

Este post reproduce textos de la biografía de Félix Rodríguez de la Fuente (Ver: «La estirpe de Los Libres», pp. 104-107) y dibujos y notas de la obra de Pierre Dèom, que dedica dos deliciosos cuadernos El Cárabo al sonajero que arrulló de pequeño al añorado Félix en su cuna, como el mismo nos relata en esta página.

Felisín y los vencejos

Colocamos a continuación extractos del libro de la biografía de Félix Rodríguez de la Fuente intercalados con su voz de, como si fueran «leídos» por el mismo biografíado (en realidad es al revés, nos los dejó grabados), e ilustrados con algunos dibujos de Pierre Dèom de sus cuadernos del Cárabo dedicados al vencejo.

Páginas 43 a 47 de la biografía de Félix Rodríguez de la Fuente:

«Los padres de Félix acomodaron a su bebé el 14 de marzo de 1928 en que nació en una habitación bajo el alero del tejado. Él mismo lo narró, 45 años más tarde:

“Pasaban las bandadas de los rapidísimos y oscuros pájaros lamiendo las paredes de yeso con las vigas al aire de las casas de Poza de la Sal.»

Fueron los vencejos el sonajero que tuvo Felisín hasta su quinto mes de vida. No sabían sus padres que aquellos seres alados estaban troquelando un alma destinada a difundir a los cuatro vientos el mensaje de la existencia. Probablemente detectaran que el que acababa de nacer iba a saber leer el código secreto que encierran.

Las acrobacias de los vuelos rasantes en las calles acompañaron al bebé hasta los últimos días de julio. Sólo años después averiguó el porqué del silencio que se produjo a mitad de verano. Por esas fechas, los vencejos emigran a sus cuarteles de invierno en África. La ausencia de los seres rebosantes de vitalidad, provocaron una añoranza que le acompañaba cada vez que un bando sobrevolaba su cabeza, e invariablemente se preguntaba: ¿De dónde vienen? ¿A dónde van?. Así lo narró:

“Si yo me pusiera a analizar entre las vivencias de mi infancia neolítica, de pueblo agrícola y pastor de la provincia de Burgos, de pueblo colgado de las agrestes laderas que bajan desde el más alto páramo de la Península. En mi infancia feliz, construida sobre historias de lobos, vuelos de águilas, sobre mirar y admirar atónito a las criaturas que constituían mi entorno, uno de los personajes que nunca podré olvidar es el vencejo.»

«Los vencejos, en aquellas casas medievales, viejas, preciosas, maravillosas, que yo pienso que no se cómo se puede permitir que se deterioren, de la villa de Poza de la Sal. En aquellas viejas tejas, en las vetustas fachadas, llenas de oquedades, de resquicios, de rinconeras, se metían los vencejos de manera llamativa cuando con ojos atónitos les contemplaba en mi infancia.»

«Decíamos entonces los niños que ‘había boda’ entre los vencejos, porque aquellos grupos numerosos, chirriantes, como ebrios de luz, de vida, de libertad, levantando su vocerío incalculable, nos recordaban a nosotros a las bodas de mi pueblo, que tampoco eran mancas, donde otra turbamulta, no precisamente ornítica, atravesaba las calles y las plazuelas a los acordes de las bandas de música. Las bodas del vencejo. Cuántos ratos, tendido con el vientre al sol en las eras de mi pueblo coronadas por viejas tejas en las que se metían los vencejos.»

«Yo me olía que los vencejos se traían algo entre alas. Me parecía que aquellos pájaros chirriantes, velocísimos, que se perseguían en el aire y a los que resultaba muy fácil ver, por ejemplo, desde la claraboya de mi casa, que dominaba muchos tejados, debían ser distintos a aquellos otros pájaros de villorrio, de menos alcurnia, como los gorriones, incluso los pinzones y las bonitas lavanderas, que se posaban con frecuencia y movían con relativa torpeza sus cortas alas. No tenían nada que ver con el rápido, raudo, fascinante y velocísimo vuelo de los vencejos, que no se posaban jamás. Que se limitaban a entrar en tromba para colarse bajo las tejas viejas cubiertas de líquenes y de gloria o en las grietas de la muralla de Poza de la Sal.»

«Ya de muy pequeño aprendí que los vencejos cazan moscas y mosquitos, y también pequeños coleópteros voladores. Porque, en ocasiones –llevados por una tendencia casi inevitable en el niño rural español, que seguramente era un eslabón más en una vieja cadena cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos, que es la tendencia depredadora».

En pueblos tan ricos en vida como los de la España rural, en un pueblo donde los niños de la escasa clase media merendábamos pan con mantequilla, azúcar y moscas, esta particularidad de que los vencejos se alimentaran de aquellos molestos insectos, hizo cobrar a estas aves una entidad todavía más importante y sofisticada ante mis ojos infantiles. De alguna manera, trataban de librarnos de las moscas, cosa que ya es decir, y de agradecer, en un pueblo de Castilla.“

Vencejos Arqueros del cielo

 

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Cuadernos El Cárabo, nº 80, 82 y 83, dedicados a los avispones

 

“El diario de la reina de los avispones” trilogía dedicada a este insecto, de rabiosa actualidad por la llegada a la Península ibérica del temido y temible Avispón asiático… terror de las colmenas y apicultores.

En sus páginas llenas de ilustraciones a plumilla del autor y dibujante, Pierre Déom, os facilitamos  las claves para distinguir al inofensivo (según nuestro redactor jefe El Cárabo) y benéfico avispón europeo del avispón extranjero que se coló en Europa en una tetera de porcelana importada de China.

El diario de la reina de los avispones nos descubre la fascinante vida de este gigante de casi 4 cm… una arquitecta consumada de avisperos de papel y varios kilos de peso… Guerrera contra los enemigos y madraza consumada… Después de leer y ver los dibujos del Cárabo no volverás a confundir una avispa con un avispón… ¡ni un avispón europeo con uno asiático!!!

En estos tres números Reina de los Avispones, nos ha ido desvelar casi todos los secretos de la ordenada vida del avispero. Hasta este último caos que impera en él y que describimos en el cuaderno 83. La Reina, hasta ahora idolatrada por todos sus súbditos pronto empezará, sin embargo, a ser despreciada y hasta maltratada…

¿Acabará nuestra Reina sus días como María Antonieta? Todo es posible en esta revolución del avispero. Pero no os vamos a estropear el final de la historia. Esperamos que disfrutéis descubriéndolo por vosotros mismos, y os convirtáis en los “Defensores del Avispón” (¡¡¡Europeo!!!). Sí es así comparte esta entrada con tus amigos usando el hashtag. #revista_juvenil_el_carabo

 

 

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Tomo IV. La aventura de Doñana: Cómo crear una reserva

Autor: José A. Valverde

Lugar de edición:Madrid

Editorial: Benigno Varillas

Año:2004

Número de páginas:270

Formato: 24×17 cm.

Precio:20 €

Tomo IV. La aventura de Doñana: Cómo crear una reserva

Sumario

Capítulo I. La aventura de Doñana.- II. Cómo hacer una reserva.- III.El rodaje.- IV. Anilladores y estudiantes.- La expansión y el Parque Nacional.- VI. La evolución de Doñana y Las Marismas.

El autor José A. Valverde narra las primeras exploraciones de la naturaleza española de los años cincuenta y cómo fueron los inicios de la investigación de la naturaleza española en Almería, Doñana y durante su breve estancia en el Museo Nacional de Ciencias Naturales en Madrid. Cuenta también cómo se hicieron las famosas primeras fotos del águila perdicera y de quebrantahuesos.

 

(Valladolid, 1926-Sevilla, 2003) fue un biólogo, naturalista, ecólogo y activista ambiental español. Alcanzó una enorme repercusión internacional a finales de los años 1950 al encabezar los movimientos de defensa de las marismas del Guadalquivir frente a un plan del Ministerio de Agricultura para desecar esta zona. Como consecuencia de la repercusión que causaron estos movimientos se paralizó la desecación y se creó el Parque Nacional de Doñana en 1969. Pero además, Valverde fue un brillante investigador, y desarrolló espectaculares estudios ecológicos sobre el Sahara español y diversos ecosistemas mediterráneos localizados en la Península. Sus conclusiones fueron plasmadas en diversos artículos que hoy se han convertido en clásicos de la literatura científica española. Destaca el establecimiento de la relación predador-presa sobre una base energética, algo que habían pasado por alto los anteriores investigadores evolutivos.

 

 

Las memorias completas constan de los siguientes tomos:

Tomo I. Orígenes castellanos: navegando en descubierta

Tomo II. En el Consejo Superior de Investigaciones Científicas

Tomo III. Sáhara, Guinea y Marruecos: Expediciones africanas

Tomo IV. La aventura de Doñana: Cómo crear una reserva

Tomo V. Hominización: buscando nuestras raíces

Tomo VI. Reyes, osos, lobos, espátulas y otros bichos

Tomo VII. Pesca, ballenas, barcas: Reflexiones y cuadernos de dibujos